La figura de la paternidad en los libros de horas: revisión de un mito cultural

José Luis Trullo.- Si, en lugar de a los tópicos y prejuicios, nos atuviéramos a las pruebas de las que disponemos, tendremos que asumir que la propia noción de patriarcado resulta, culturalmente, de una endeblez espantosa. Aceptando que en la sociedad occidental tradicional ha existido un rígido reparto de atribuciones en función del sexo de las personas (aunque en modo alguno distinto al de cualquier otro grupo humano en cualquier época o latitud), lo cierto es que en el ámbito del arte, y en concreto en el de la pintura de manuscritos, la figura de la paternidad ha sufrido un olvido secular que nos resulta, cuanto menos, chocante.

Así, frente a la sobreabundancia de representaciones de la Virgen María con el Niño Jesús en toda clase de situaciones y actitudes (la inmensa mayoría de ellas, preñadas de conmovedora afectividad), resulta una tarea ardua, si no penosa, dar con algunas en las que aparezca San José con su propio hijo en escenas de una mínima intimidad. Una de ellas, encantadora por lo demás, es la que Jean Poyet incluye en sus Horas de Enrique VIII, en la cual Jesús extiende su mano hacia una pera que le está pelando José.




Otra miniatura excepcional donde podemos disfrutar de cierta "igualdad de género" en el contexto familiar es la que figura en el Libro de Horas de Catalina de Cleves, donde se reproduce a la Sagrada Familia en un interior doméstico: María aparece tejiendo, José trabajando la madera y el Niño Jesús dando sus primeros pasos en un andador. (Este último motivo aparece en algunos otros manuscritos, como en las Horas de Dulac y en el libro de horas de Carlos VIII, y en su sorprendente sencillez, resulta simpático y enternecedor).




Otra honrosa excepción (y, según H. K. von Liechtenstein, autor del libro de estudios que acompaña a la edición facsímil del mismo, absolutamente original en su momento) es la miniatura que figura en el folio 216 del Libro de Horas de Carlos V, en la cual vemos a José con el Niño de la mano, una escena que muy raramente volverá a merecer la atención de los maestros iluminadores.





Fuera del ámbito de los libros de horas, pero dentro aún del de la iluminación por salir de la mano de uno de los maestros mejor dotados de dicho campo, encontramos el sorprendente Cuadríptico Stein, pintado por el maravilloso Simon Bening. En él, figura una escena absolutamente única, en la cual vemos a la Virgen María y a San José, atareados en el cuidado del Niño Jesús: mientras la madre de Dios parece disponerse a cambiarle el pañal, el padre remueve con una cuchara la papilla que están a punto de ofrecerle al Niño. Se trata de una escena con una temática rarísima de ver, y por ello hay que valorarla como merece.




La presencia de San José en las miniaturas de los libros de horas se limita, por lo común, a su aparición más o menos distante (en no pocas ocasiones, reducido a mero espectador) en la Natividad, no siempre en la Adoración de los Magos, en ocasiones en la Presentación en el Templo y, en cualquier caso, en la Huida a Egipto, durante la cual su papel consiste únicamente en tirar de las riendas de un asno. En una miniatura del Libro de Horas de Jeanne d'Evreux, por poner un ejemplo entre mil, podemos contemplar el desapego con el que ha sido representado José, si lo comparamos con la intimidad que preside la relación de la Virgen y el Niño.




Se aducirá que, como contrapartida simbólica y teológica, en la iconografía cristiana de todos los tiempos la figura de la paternidad se ve ampliamente resarcida con la abrumadora presencia de Dios Padre en todo tipo de tesituras. Tal vez sí, pero no debemos olvidar que se trata, sin excepción, de una representación alegórica y, en cualquier caso, remota e incluso espectral: Dios Padre aparece representado en las alturas, en un ámbito radicalmente heterogéneo a la experiencia humana; a menudo, se le pinta en una esquina, casi como un fantasma incorpóreo y ausente, o incluso (como en esta pintura marginal de las Grandes Horas de Rohan) en lo alto de un árbol.




No resulta forzado imaginar que esta naturaleza "evanescente" de Dios Padre es un correlato icónico de la escasa o nula presencia de los padres mundanos, de carne y hueso, en el seno del hogar: expulsados del mismo y condenados al destierro laboral, para sus esposas y su prole apenas quedaban reducidos a una referencia abstracta, casi ultraterrena. Nada que ver, pues, con el mito de la presencia opresiva y totalitaria de un padre omnipotente que se nos quiere imponer desde ciertos discursos "de género" en los últimos tiempos. Y es que, tal vez, debemos empezar a asumir una idea de difícil deglución para ciertos paladares: que el sexismo -que haberlo, lo ha habido- no ha perjudicado única y exclusivamente a las mujeres, sino a todas las personas por igual.